jueves, 6 de enero de 2011


Siete días ya desde que el 2010 se fue. No sé a donde, pero se fue. Y para escribir eso olvido eso del contrato social, del calendario gregoriano o del año chino. Simplemente se fue. Se fue un año que no fue bisiesto, un año de 365 amaneceres y doce meses que iniciaron y terminaron.
Justo acabo de colgar el teléfono, de una de esas llamadas que uno no quiere que terminen. De esas llamadas enemigas de la factura telefónica; de esas llamadas con las que uno piensa: existen muchas formas de hablar "gratis" a través de internet... De esas llamadas que me hacen prometer que la próxima vez que salga compraré una tarjeta para cortar cuando el saldo se acabe.
De esas llamadas con las que uno puede llegar hasta el amanecer, o simplemente contemplar una luna eclipsada y formar un triángulo, entre la luna y los dos aparatos telefónicos.
El 2010 estuvo lleno de llamadas, excepto en un mes. El mes.
Un mes en el que ver el celular remordía. Un mes de mucho pensar y poco hablar. Un mes precipitado, escurridizo, difícil. Un mes de acciones, decisiones y confesiones.

Ese fue el mes en que las lágrimas brotaron.

Ese fue el mes donde se conjugaron las charlas telefónicas y cibernéticas, donde los tantos consejos y comentarios tomaron forma y se expresaron.

Ese fue el mes del 2010.